Bartolomé
Esteban Murillo (Sevilla, 1617- 1682).
Autorretrato
Pintor
español. La primera noticia conocida sobre su vida la proporciona su partida de
bautismo, que está fechada el día 1 de enero de 1618, según consta en el
archivo de la antigua parroquia de la Magdalena de Sevilla. Este dato nos mueve
a situar el nacimiento del futuro artista en los últimos días del mes de
diciembre de 1617, teniendo en cuenta sobre todo que en esta época se bautizaba
a los niños en días inmediatos a su alumbramiento. Sus padres, Gaspar Esteban y
María Pérez Murillo, vieron culminar con este nacimiento el proceso de una
larga descendencia, ya que Bartolomé, nombre que pusieron al niño, fue el
último de catorce hermanos. Puede advertirse, por tanto, que el pintor utilizó
para denominarse el segundo apellido de la madre siguiendo la amplia libertad
en el uso de los apellidos que había en aquella época. El padre, Gaspar
Esteban, fue un hombre de discreta fortuna, de profesión barbero-cirujano, cuya
casa familiar estaba adosada a la puerta del convento de San Pablo.
Su
bonanza económica le permitió mantener sin problemas a su numerosa prole, que
daría a su hogar una animada vitalidad en la que el niño Bartolomé creció
apaciblemente hasta que cumplió los diez años de edad. La muerte de su padre en
1627 y la de su madre en 1628 truncó su tranquila existencia, en la orfandad,
motivo por el que pasó a ser tutelado por Juan Agustín de Lagares, marido de su
hermana Ana, y a tener que compartir un hogar diferente con los hijos de este
matrimonio.
Santas Justa y Rufina
Nada
se sabe de las circunstancias de la vida del joven Bartolomé en su nueva
familia, pero no debieron de ser nada adversas, ya que cuando su cuñado redactó
su testamento en 1656 le nombró albacea, dato que prueba que sus relaciones
serían de mutuo afecto. De la infancia y juventud de Murillo se sabe muy poco,
porque no hay datos documentales referidos a esta época. Únicamente en 1633
encontramos una referencia de interés que informa que cuando tan solo contaba
con quince años estuvo a punto de embarcar hacia América; sin embargo, el viaje
no llegaría a realizarse.
Hacia
1635 debió de iniciar Murillo su aprendizaje como pintor, muy probablemente con
Juan del Castillo, que estaba casado con una prima suya. Este leve vínculo
familiar fue razón más que suficiente para entablar con Castillo una relación
laboral y artística que se prolongaría durante unos seis años, como era
habitual en aquella época. Nada más sabemos de los años juveniles de Murillo,
aunque se ha hablado de un viaje realizado en 1642 a Madrid, donde se dice que
trató a Velázquez y donde planeó realizar un viaje a Italia. Pero estas
noticias nunca han podido ser confirmadas y hemos de esperar hasta 1645 para
disponer de un dato fundamental en la vida del artista: con veintisiete años de
edad, Murillo contrajo matrimonio en la iglesia de la Magdalena de Sevilla,
siendo ambos contrayentes vecinos de la misma parroquia, por lo que seguramente
sus familias se conocían desde muchos años antes. Tuvo una trayectoria
matrimonial apacible y una buena situación económica, además de una prolífica
descendencia, ya que existen testimonios documentales que señalan al menos la
existencia de diez hijos.
Las
noticias que proporciona la documentación muestran cómo el joven artista
emprendió una brillante carrera que progresivamente le fue convirtiendo en el
pintor más famoso y cotizado de la ciudad. El único viaje del que se tiene
constancia que realizó Murillo se documenta en 1658, año en que el artista
estuvo en Madrid. No sabemos con certeza el motivo del traslado, ni la duración
exacta, pero puede pensarse que en la corte mantuvo contacto con los pintores
sevillanos que allí residían, como Velázquez, Zurbarán y Cano, y con otros
pintores madrileños.
Es
muy probable igualmente que durante esta estancia en Madrid, Murillo tuviese
acceso a la colección de pinturas del Palacio Real y que constituía un
magnífico tema de estudio para todos aquellos artistas que pasaban por la
corte. Lo cierto es que este viaje no duró más que algunos meses, ya que a
finales del año antes citado consta de nuevo la presencia de Murillo en Sevilla.
No son muy indicativas las referencias documentales que ilustran la vida del
artista en sus años de madurez, ya que tan solo aparecen datos que testimonian
cambios de domicilio y que nos lo muestran sucesivamente viviendo en las
parroquias de la Magdalena, San Isidoro, San Nicolás y Santa Cruz.
También
aparecen referencias alusivas al nacimiento de sus hijos, alguno de los cuales
muere prematuramente, y datos de carácter económico que señalan una vida
desahogada. En efecto, tanto los buenos ingresos que obtenía por las pinturas
como las rentas que le proporcionaban las casas que eran de su propiedad y que
alquilaba, le permiten mantener un alto nivel de vida, tener varios aprendices,
tres criados e incluso una esclava. Al mismo tiempo, el paso de los años le
convierte en el primer pintor de la ciudad y como consecuencia de ello el que
mejores contratos obtenía, tanto con instituciones religiosas como con
personajes civiles.
Niños comiendo melón
Muy
pronto hubo pinturas suyas en las principales iglesias y conventos sevillanos e
igualmente en las más nobles mansiones de la ciudad. El haberse convertido en
el primer pintor de la ciudad, superando en fama incluso a Zurbarán, movió su
voluntad de elevar el nivel expresivo y técnico de la pintura local. Por ello
en 1660 decidió, junto con Francisco de Herrera el Mozo, fundar una academia de
pintura en que los artistas pudiesen ejercitarse y perfeccionar sus recursos
técnicos. Esta academia tuvo en Murillo a su principal promotor, su primer
presidente y su más entusiasta impulsor. Un acontecimiento decisivo, el
fallecimiento de su esposa Beatriz de Cabrera, tuvo lugar en 1663,
circunstancia que dejó solo al pintor en compañía de cuatro de sus hijos que
habían sobrevivido.
En
esta situación es normal que el artista hubiese pensado en volver a contraer
matrimonio, aunque no volvió a buscar una nueva esposa, permaneciendo viudo el
resto de su existencia; por otra parte, sus hijos fueron abandonando
progresivamente el hogar del pintor, por lo que en la última época de su vida
Murillo vivió solamente en compañía de Gaspar Esteban y de sus criados.
Mientras tanto, su fama era tal que traspasó los límites de la ciudad de
Sevilla, y se extendió por todo el territorio nacional. Existe una referencia,
facilitada por Antonio Palomino, biógrafo de los pintores españoles, que indica
que hacia 1670 el rey de España, Carlos II, ofreció a Murillo la posibilidad de
trasladarse a Madrid para trabajar allí como pintor de corte. No sabemos con
exactitud si tal referencia es cierta, pero el hecho es que Murillo permaneció
en Sevilla hasta el final de su vida.
Y este final aconteció en 1682 cuando vivía en
el que fue su último domicilio en la parroquia de Santa Cruz. Informa el
mencionado Palomino que, estando Murillo dedicado a pintar un gran lienzo para
el retablo de la iglesia de los capuchinos de Cádiz, se cayó del andamio que
tenía levantado en su taller para realizar la pintura, quedando muy maltrecho y
falleciendo a los pocos meses, exactamente el día 3 de abril del mencionado
año, siendo enterrado en la iglesia de Santa Cruz. A pesar de haber sido hombre
famoso y popular, son muy escasos los documentos y referencias que nos hablan
de Murillo. La mayor parte de los datos que conocemos referentes a su
personalidad nos los proporciona Palomino, cuando menciona que fue «no solo
favorecido del cielo por la eminencia de su arte, sino por las dotes de su
naturaleza, de buena persona y de amable trato, humilde y modesto». Estas
leves referencias concuerdan perfectamente con la fisonomía que evidencian los
dos autorretratos que Murillo realizó, uno en edad juvenil y otro ya en su
madurez; en ambos puede constatarse que fue persona inteligente y despierta,
dotado de una profundidad intelectual que le permitió traducir en pintura el
universo religioso y el ámbito social que le envolvía con serena amabilidad y
pausada percepción; sosiego y bondad parecen ser virtudes que emanaron de su
temperamento, las cuales, unidas a una notoria sensibilidad artística, le
permitieron ser perfecto intérprete de los ideales religiosos y sociales de su
época.
No hay comentarios:
Publicar un comentario